Cierta vez, un hombre bueno, pero infeliz, decidió salir de apuros vendiendo su alma al diablo. Invocó a Kizín, y cuando lo tuvo de-lante, le dijo lo que quería. A Kizín, le agradó la idea de llevarse el alma de un hombre bueno.
A cambio de su alma, el hombre pidió siete deseos: uno para cada día.
Para el primer día, quiso dinero, y en seguida, se vio con los bolsillos llenos de oro. Para el segundo, salud, y la tuvo perfecta. Para el tercero, comida, y comió hasta reventar. Para el cuarto, mujeres, y lo rodearon las más hermosas. Para el quinto, poder, y vivió como un cacique. Para el sexto, viajar, y en un abrir y cerrar de ojos, estuvo en mil lugares.
Kizín le dijo entonces:
—Ahora, ¿qué quieres? Piensa en que es el último día.
—Ahora, sólo quiero satisfacer un capricho.
—Dímelo, y te lo concederé.
—Quiero que laves estos frijolitos negros que tengo, hasta que se vuelvan blancos.
—Eso es fácil— dijo Kizín.
Y se puso a lavarlos, pero como no se blanqueaban, pensó: “Este hombre me ha engañado, y perdí un alma. Para que esto no me vuelva a suceder, de hoy en adelante, habrá frijoles negros, blancos, amarillos y rojos”.