Los indígenas mayas, en el período prehispánico, no conocieron el arte magnífico de labrar los metales preciosos, debido a la carencia de dichos productos en el territorio.
Como las demás artes manuales, la platería, la escultura y la entalladura, fueron enseñadas por los conquistadores a la clase media, formándose expertos escultores y decoradores.
Luego estos discípulos extendieron su arte hasta la confección de alhajas, perfeccionándose en el ramo de la filigrana. Esta rama de la orfebrería comprende la fabricación de joyas por medio de finísimos filamentos de oro y plata.
El platero, con herramientas especiales, forja, labra, pule y engarza preciosas esferitas de encaje metálico para la confección de rosarios, así como collares, cadenas y arracadas que han dado fama a la región.
Se fabrican dos clases de rosarios: aquellos cuyas cuentas son esferas huecas hechas de tejido de filigrana de oro, y los que se confeccionan con cuentas de coral. Esta primorosa alhaja es la que adorna el cuello de la mestiza actual y es uno de sus mejores atavíos.