Las danzas populares yucatecas tienen obligado teatro en las verbenas peninsulares que se designan con el nombre regional de vaquerías, las cuales tuvieron su origen en las fiestas que hacían los ganaderos con motivo del recuento anual de reses y su herradero. Hoy día las vaquerías se realizan con motivo de la festividad religiosa del santo patrono de cada pueblo o de cada finca; durante ellas, la concurrencia danza especialmente el baile regional más importante: la jarana yucateca.
La jarana
La coreografía de la jarana consiste en un zapateado sin pasos fijos ni diferenciación entre los de hombre y los de mujer. En ciertas regiones o comunidades yucatecas predominan determinados pasos, localmente tradicionales, sin que ello excluya otros diferentes, propios de la fantasía de los danzantes, ya que cada uno puede realizar sus propias creaciones.
Predomina en el baile de la jarana la verticalidad de las posturas de sus intérpretes, que en las partes valseadas realizan giros mientras levantan los brazos en ángulo recto y efectúan tranquidos con los dedos, reminiscencia de las castañuelas españolas. Con esta sola excepción, el baile de la jarana se limita a las extremidades inferiores; el tronco del bailador permanece erguido, al grado de que se puede danzar con un objeto en la cabeza sin que éste caiga.
El baile de la jarana es por parejas y si en algunas ocasiones los hombres se alinean en fila, delante de las mujeres, también en fila, para iniciar el baile, cada pareja conserva su autonomía y su propio espacio de terreno en el cual se cruzan y entrecruzan los bailadores, realizando todas las figuras que su fantasía les dicta. En cuanto al traje con que se baila, es el de gala del mestizo.
Las jaranas se acompañan en la actualidad con una orquesta formada por dos clarinetes, dos cornetines o trompetas, dos trombones, güiro y timbales, que son el alma del baile.
Las galas
En la duración de las jaranas, que no tienen límite fijo de tiempo, se realiza una especie de competencia relacionada con la resistencia de los bailadores, quienes se afanan por ser los últimos en sentarse. Cuando al final de cada pieza se quedan dos parejas disputándose el último lugar, se desborda la animación y se enciende el alborozo de todos los asistentes divididos en dos bandos, cada uno de los cuales estimula a su pareja, particularmente a la bailadora, a la que se alienta por medio de las clásicas galas, que consisten en ponerle sombreros, uno sobre otro, en la cabeza, a manera de corona simbólica.
La «bomba»
En el transcurso de una pieza, uno de los asistentes exclama fuertemente: ¡bomba!; entonces la música se suspende y cada bailador debe cortejar a su pareja mediante una estrofa que declama en alta voz; hay veces en que la bailadora contesta en igual forma el piropo. A veces la bomba es de carácter descriptivo en cuanto a las cualidades personales o vestidos que adornan a la homenajeada, o reviste el tono de guasa, choteo o broma. El carácter de las bombas es, sin embargo, habitualmente comedido.
Los sones de jaleo
Como remate en los bailes, los sones de jaleo remedan el enfrentamiento del torero (el hombre) con el toro (la mujer). En el momento que suena la fanfarria y conservando el ritmo de su zapateado, el hombre toma como capote el paliacate rojo que porta colgando por una de las puntas de la bolsa derecha del pantalón, y ejecuta la cita al toro (la mujer) quien embiste con gracia y elegancia tratando de derribar a su contrincante, ya sea con un golpe de hombro o de cadera, o echándole una zancadilla.